Conocer a tantas personas nuevas. Todos diferentes, pero con un mismo objetivo. Aquel que supo levantar los ánimos, el que nos ayudó con un hemocultivo o una epicrisis, los guapos, los graciosos, los amables, los que se enamoraron, los poquitos que tenemos la dicha de conservar como verdaderos AMIGOS, los compañeros… los compañeros de bloque, de hospital, de rotación, de guardia, de viaje, de almuerzos, de internado!
Aprender, porque “la práctica hace al maestro”. Y ahora “sacar unos gases” es “pan comido” y las historias clínicas se hacen por inercia. Aprender de los médicos valiosos y de los errores de los no tan valiosos… Aprender de nuestros propios errores!
Los pacientes. Hubo quienes dejaron su huella en nosotros. Incluso alguno nos dio un regalito, una sonrisa, un sincero “gracias”. Las señoras con pinta de mamá, los abuelitos, los niños, los jóvenes que nos recuerdan a nosotros mismos… Los gruñones, los simpáticos, los que se curaron, los que no…
La satisfacción! Al ver el alivio en una persona, sentir que valió la pena el esfuerzo de correr por el TAC, correr para la sala de shock, correr para que todos los laboratorios estuvieran listos, correr!! Satisfacción y casi un placer escuchar que te llaman “doctor@”, y te llegas a acostumbrar, ya luego se hace raro que alguien te diga: “muchach@”!!! Siii… acéptenlo…
Las fiestas de cambio de bloque!
Tocar un corazón… latiendo!!
Los residentes tuanis, los apuntados! Los que confiaban plenamente en nosotros. Los que todavía se acuerdan que ellos también fueron internos y no viven engañados en su nube de egocentrismo y estúpida jerarquía de doctores…
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